La lluvia
transmite algo… la lluvia tiene ese algo que se mete en la piel o entra por las pupilas, que te
contagia, te cambia el humor, que te hace pensar y ver todo de otra manera. Al principio, a ese algo, le decimos "frío" o "fresco",
incluso le decimos "respiro" cuando estamos en verano, porque la lluvia normalmente acarrea un descenso de la temperatura; con el tiempo le decimos "tristeza", luego "melancolía", y terminamos por concluir que es un cierto "romance"… eso es lo
que nos transmite, las ganas, el sentimiento, la predisposición a estar
enamorados. La lluvia conduce esos sentimientos, el agua es conductora y arrastra (como limpiando) todo eso que sentimos y como que nos empuja a sentirnos enamorados.... es que nos invita a detenernos a meditar, a sentir y, por qué no, a ponernos un poco románticos… He ahí el romance que nos regala al lluvia. Algunos nos damos cuenta
de esto, y otros simplemente ven a la lluvia como lluvia y nada más.
Comúnmente se asocia la lluvia a las lágrimas, a la pena, a la nostalgia, a la introspección, a las ganas de encerrarnos, al frío, a ese “aroma a tierra húmeda”; es que todo eso nos obsequia la lluvia si lo queremos aceptar; y, si no, simplemente nos moja y ya.
Comúnmente se asocia la lluvia a las lágrimas, a la pena, a la nostalgia, a la introspección, a las ganas de encerrarnos, al frío, a ese “aroma a tierra húmeda”; es que todo eso nos obsequia la lluvia si lo queremos aceptar; y, si no, simplemente nos moja y ya.
Un día como
hoy, pero mucho más gris y hace algunos años atrás, la lluvia simplemente me
mojaba. Me contagié con las ganas de buscar calor y de encerrarme, así que me
refugié en un bar y me pedí un café. El lugar era añejo, cálido, con olorcito a
pueblo; mucha madera, mucho bronce y el ventanal a mi derecha que me
regalaba la imagen de la plaza ubicada justo enfrente del bar. Cruzando la plaza pude
ver cómo salía del registro civil un flamante matrimonio rodeados de sus
familiares y amigos. “Día gris para
casarse”, pensé. No obstante, no me pareció algo triste, sino todo lo
contrario, sería un día íntimo, sólo de ellos dos, ni siquiera se hablaría de
la fiesta, sino de ellos, todo era de ellos, hoy. El cielo los regó con
sensaciones y el color, en un día tan gris, lo pusieron sus sonrisas. “Día gris para casarse, sí, pero qué lindo día
para vivir… para vivir de a dos”, volví a pensar.
- Uno envidia eso, ¿verdad? – Me preguntó
el mozo mientras dejaba frente a mí mi capuccino.
- ¿Casarse? Supongo que sí, hoy sí. Es decir, ¿quién
no envidiaría esa alegría dibujada en sus rostros?
- Me refería a la confianza que se tienen mutuamente. Mírelos, no tienen miedo. Pueden estar nerviosos, pero no tienen
miedo. Confían ciegamente el uno en el otro. Acaban de decirle a todos, y con testigos,
que ellos no sólo están dispuestos a morir por su "alma gemela", cosa que es fácil y que
hace cualquiera, sino que ellos están dispuestos a VIVIR por el otro. Ahora están
unidos, unieron sus vidas.... y eso debería dar miedo... ¡mucho miedo!. Pero ellos se
aventuraron a lo incierto, juntos, y sin temores. Como saltar de un precipicio
con la seguridad de que nada le va a pasar porque alguien le juró que nada le
pasaría. Eso es envidiable, ¿no?
Asentí con
la cabeza, sonreí y volví a mirar a la feliz pareja. Se besaban como si nadie más
existiera... y no había nadie más...
- Sí, es cierto.- Atiné a responder.
- Desde aquí veo como mucha gente se casa,
pero no todos los días uno logra ver a un par de románticos dementes atravesar
esto sin miedo, confiando tan ciegamente que uno puede notarlo incluso a 100 metros de distancia
- Su mirada dejó de cruzar la plaza y me miró a mí.- ¿Va a querer algo más?
- No… bueno, sí: la cuenta, por favor. ¿Cuánto
le debo?
….
Pagué,
terminé mi café y me fui. Ese fue, quizás, el mejor café que tomé en esa semana.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarLa lluvia, también, es «bendición». Felicitaciones por tu escrito, Nacho.
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